En la actualidad, invertimos la mayor parte de nuestro tiempo colaborando con otras personas mediante organizaciones. Y es que no solamente trabajamos más duro, sino que además los trabajos se han vuelto mucho más complejos. No debería sorprendernos entonces que, de las 30 cosas que hacemos en un día, el trabajo sea una de las acciones que menos felicidad nos aporta.
Eso ocurre porque las empresas priorizan muchas otras cosas antes que la felicidad de sus trabajadores. Una de las consecuencias es que la mayoría de la gente no es feliz en su trabajo.
De hecho, más del 30% de las personas informan de que sus trabajos les causan estrés regular. Ya sabemos qué ocurre cuando hay estrés, porque todos lo hemos sentido alguna vez. El estrés daña la calidad del trabajo, dificulta la resolución de problemas y el intercambio de información. El mayor problema es que el estrés se propaga a través de equipos, haciendo que éstos se contagien y sean menos eficientes y efectivos.
El 80% de las personas ve el trabajo como algo que soportar, y no como algo de lo que poder disfrutar. La mayoría de personas piensa que en el trabajo se debe estar siempre haciendo y deshaciendo cosas, con un estrés mantenido para lograr los resultados. ¿Y cuál es el problema principal de esa visión? Que la felicidad y la tranquilidad la dejamos solo para cuando no estemos ocupados trabajando.
Pero esta perspectiva tan extendida de “vivir para trabajar” no sobrevive al escrutinio científico. De hecho, las evidencias de la psicología, el liderazgo e incluso la neurociencia apoyan una visión muy distinta. No solo es posible encontrar la felicidad en el trabajo, sino que hacerlo es inequívocamente bueno. Los empleados más felices obtienen mejores resultados en todos los frentes (salud cotidiana, productividad, avance profesional) y esto en definitiva, mejora los resultados para la organización.